SI CONOCIÉRAIS EL DON DE DIOS…
Nada mejor, más grande, más santo, más sublime tenemos los cristianos de hoy y los de siempre, que el santísimo sacramento del altar. Nada absolutamente nada, de las muchas cosas buenas que hacemos, practicamos e inventamos los hombres para agradar a Dios, se pueden comparar, ni de lejos, con este "regalo" que el mismo Dios- Jesucristo – nos ha dejado en este sacramento del altar,que llamamos santa misa, eucaristía o comunión. Dios el creador del Universo, el Redentor de la Humanidad y el Santificador, Defensor, Abogado y Dador de Vida, se hace presente (con su cuerpo, sangre, alma y divinidad en comida y bebida verdaderas para comunicarnos su misma VIDA divina, eterna y feliz.
"Este es el sacramento de nuestra fe" que Jesús instituyó y nos dejó en la primera misa del primer Jueves Santo, como señal de la nueva y eterna alianza sellada en su sangre, derramada por la salvación de todos los hombres. Fue el mismo Jesús quien nos mandó celebrar este sacramento en memoria suya. "Haced esto en memoria mía" . Solo quienes tienen verdadera fe, aprecian, valoran, adoran y agradecen este regalo de Dios. Desde los inicios del cristianismo, 1º en Jerusalén, y luego por todo el mundo conocido, los apóstoles y con ellos María la Madre de Jesús, celebraban el santo sacrificio de la misa –sin iglesias, santuarios ni catedrales- la eucaristía, en alguna casa amplia de reunión o bajo tierra, en las catacumbas de Roma, para comer el cuerpo de Cristo (comunión) , anunciando su muerte y su resurrección, en la espera de su venida gloriosa.
Pena grande que este valiosísimo don del amor de Dios a todos sin distinción de ningún tipo, por ignorancia, por rutina, por carencia de fe, sea muy poco valorado, por algunos inconscientes cristinos, que prefieren actos religiosos como vía crucis, peregrinaciones, romerías, devociones, al santo sacrificio de la Misa. Cuánta catequesis y testimonios de fe deben impartir los pastores de la Iglesia y los católicos practicantes hasta que Cristo viva en todas las almas y se reconozca el don inefable de Dios a esta pobre y desnortada humanidad.
MIGUEL RIVILLA SAN MARTIN.
