jueves, 5 de abril de 2012

VIERNES SANTO

VIERNES  SANTO

El cristianismo, en modo alguno es, como a veces aparece a los ojos de los no entendidos, una

exhibición de lutos, dolor, sufrimientos y muerte. Ni siquiera en la liturgia del día de Viernes

Santo, en que la cruz aparece como el signo principal y central de la celebración, se refleja este sentido

tristón y derrotista. En verdad, la cruz es signo de dolor, de humillación, pero también lo es de victoria y de salvación.

 

El Viernes Santo conmemora la Iglesia la Pasión y muerte del Señor. Una piedad no bien orientada puede llevar a un estéril sentimentalismo, que se queda sólo en lo superficial. Tal sería aquel sentimiento solo de compasión hacia los padecimientos de Jesús, que tanto sufrió por nosotros (¡pobre Jesús!). Y que mueve  al llanto y a querer consolarle. Esta fue la postura de las mujeres de la Pasión a quienes Jesús, viéndolas

llorar en su encuentro con ellas, les dirigió estas palabras: "Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad más bien por vosotras y por vuestros hijos. Porque llegarán días en que se dirá: ¡dichosas las estériles, las entrañas que no engendraron y los pechos que no criaron!. Y se pondrán a decir a los montes: ¡caed sobre nosotros!. Y las colinas: ¡cubridnos!. Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se hará?" (Lc 23,28.33). Es evidente, que Jesús, ni antes ni ahora necesita nuestra compasión. Lo que él quiere es que su pasión y su muerte no hayan sido inútiles para nosotros.

 

El verdadero sentido de la celebración de este día lo encontramos en la carta de S. Pedro cuando escribe: "Cristo padeció por nosotros, dejándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. El no cometió pecado, ni encontraron engaño en su boca; cuando lo insultaban no devolvía el insulto; en su pasión no profería amenazas; al contrario, se ponía en manos del que juzga justamente. Cargado con nuestros pecados, subió al leño, para que, muertos al pecado, vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado" (1P. 2.21-24)

 

Sin ánimo de dar lecciones a nadie, ni hacer comparaciones hirientes, ni mucho menos juzgar  actitudes internas de ninguna persona que participa en los desfiles, celebraciones o vía crucis de este Viernes Santo, lo cierto es que lo que espera Jesucristo crucificado, muerto por nuestros pecados, es que en el corazón de cada uno de sus hijos queridos, reine la paz, la gracia de Dios y el amor verdadero; presentes bien por una  sincera confesión o por un sentido acto de contrición con dolor y arrepentimiento del pecado cometido y el propósito de confesarlo todo, cuando venga la ocasión propicia.

 Ni las saetas, ni el ir de costalero o ser espectador o participante en las procesiones,-todas cosas muy buenas y loables- ante Dios y su Hijo crucificado tienen idéntico valor, si no se dan los verdaderos sentimientos de dolor y arrepentimiento del mal hecho, como hizo Dimas el buen ladrón crucificado con el Señor.

MIGUEL RIVILLA SAN MARTIN.

 

MIGUEL RIVILLA SAN MARTIN

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